Confiando Lorencez en esos planes, el día 19 de abril, a las tres de la
tarde, marchó hacia el altiplano acompañado de Saligny y de Almonte. Con un
contingente de 6,000 soldados bien dispuestos, Lorencez avanzó hacia Orizaba,
llegando a Fortín a media tarde. Las hostilidades empezaban al rimper los
franceses los tratados. Zaragoza, que estaba en Orizaba con
4,000 hombres y ocho cañones, se retiró hacia Las Cumbres, paso obligado hacia
el altiplano. En Orizaba, Lorencez recibió nuevos refuerzos dirigidos por los
coroneles L´Herillier y Gambier, quienes llevaron el peso de la primera fase de
la campaña, y se aprestó a iniciar el ascenso hacia las grandes ciudades,
Puebla y México. El 27 de abril por la mañana,
acompañado por el ave negra de Saligny y por Almonte. Inició su marcha sobre
Puebla. La víspera escribía, lleno de soberbio optimismo, al ministro de
la Guerra párrafos reveladores del complejo
de superioridad de todos los europeos.
Transponer Las Cumbres de Acultzino representó una primera etapa.
Zaragoza se dispuso a hacerle frente, después de haber desviado a fuerzas
reaccionarias de Zuloaga y otros jefes que venían a auxiliare a los franceses.
Con 4,000 hombre, de los cuales sólo la mitad actuó,
divididos en cinco brigadas de infantería, tres baterías de montaña de seis
piezas y 200 caballeros, Zaragoza, auxiliado por el coronel Días, trató de
impedir el avance del enemigo. Los batallones de cazadores, compañías de zuavos
e infantes de marina lograron ampararse de varias alturas tras duros ataques a
la bayoneta u desalojar a las fuerzas mexicanas, que se replegaron a San Agustín del Palmar. Los invasores
penetraron hasta la Cañada de Ixtapan. El 1 de mayo, reunidos todos los
contingentes y eufóricos antes las promesas de Saligny de que Puebla les
recibirían con lluvia de flores, los invasores marchó hacia la ciudad de
los Ángeles.
Zaragoza había reunido en Puebla a sus tropas, ordenado se levantaran
barricadas en las calles y planeando hacer su defensa amparándose en tres
eminencias que rodean la ciudad y en las que existían fortificaciones de cierta
importancia: las de los cerros de San Juan, Guadalupe y Loreto. Sus tropas,
cercanas a los 12,000 hombres debido a los refuerzos recibidos, estaban
dirigidas por los gerentes, con 1,200 soldados y dos baterías de campaña,
defendáis las alturas y fue quien llevó el peso de la batalla y a quien se
debió el triunfo, auxiliado heroicamente por todo sus compañero, dirigidos
certeramente por el general Ignacio Zaragoza.
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